martes, 21 de abril de 2009

Conexiones inverosímiles

.-¡Joé shosho, que hartura!-.

Pues si, estas fueron las primeras palabras que salieron de su boca después de dejar caer pesadamente su mano derecha sobre el despertador. Eran las 7: 15 horas de la mañana y después de tres semanas currando tooodos los días, eso de “Joé shosho, que hartura”, era lo mínimo que podía salir de su boca. Sobretodo si resulta que, además, era lunes por la mañana. Tenía la cara hinchada y tuvo que apartar los rizos de su pelo para poder calibrar con el espejo el estado total de cansancio.

.-¡Uh, pero qué careto, hija!.- Y medio diciéndolo en voz baja, medio pensándolo en alta frecuencia, estiró el brazo para dejar correr el agua de la ducha. Con el sonido de las gotas al caer sobre el plato, su mente se despertó por encima incluso del nivel de despertar del resto de su cuerpo, dio la orden de meterse en el agua y se sobresaltó de golpe al entrar en contacto con el líquido elemento que bajaba directamente de la sierra nevada.

Al poco, salió musitando maldiciones entre dientes, dirigidas al termo-calefactor de la casa, se vistió en menos de cinco minutos, se adornó en otros quince y pasó el tiempo que le quedaba libre hasta las 8: 25 horas, limpiando los restos de la cena y los enseres de cocina. Antes de salir, echó un último vistazo a través de la ventana.-¡Pero quillooo! ¡No me diga tú a mí que te va a poné a llovéeee!.- Dijo a una velocidad que sólo el receptor al que se dirigía podría entender. Salió de casa, entró en el coche y el coche, entró él solito en la caravana de todos los días camino de Granada.

Menos mal que en ese momento le dio por mirar por el espejo retrovisor. Vió a una patrulla de la guardia civil de tráfico. Con un solo vistazo se dió cuenta de que la miraban fijamente, hambrientos de colocar una multa mañanera para así poder llegar al cupo de multas mensuales. Mejor no coger ahora la radio. Tendría que comerse la cola con papas y en silencio.

Respiró hondo. Le gustaba mucho escuchar la vocecilla que sonaba desde hace semanas en su cabeza, como salida de la nada. Como no le decía que matase a nadie ni cometiese ninguna locura, la dejaba sonar libremente.

Por cierto… la voz recitaba poemas.

.-Lento, lento, lento.
Lento es el caminar de mi tortuga,
Lento, silencioso y muy maduro,
No le importa piedra o muro,
Moje lluvia o sople el viento.

Porque lento, lento, lento
Es bailar con sentimiento
Es, subir temperatura
Es sentirte en mis adentros.

Pero lento, lento, lento.
Pero qué lento es mi tormento.
En este pueblo no puedo, y bien lo intento
Conducir con fundamento.
Con sus colas de locura,
Con la poli, ahí jodiendo
Y la gente ¡No se apura!

Entonces, como dejándose llevar por el arrebato del enfado, tocó el claxon y gritó algo a media voz para no parecer muy violenta a los ojos de la guardia civil. El semáforo de cincuenta metros más adelante cambió de color y la entrada a la ciudad se aligeró descongestionando la carretera. Por fin, llegó a la universidad; hoy día es conocida por su labor indiscutible en múltiples ámbitos de la cultura pero, en aquel entonces, entre otros oficios, era la dependienta del economato de Bellas Artes en la Universidad de Granada, y se rompía el alma por tener la tienda siempre a punto aunque eso le costase quedarse a veces sin el primer café con leche de la mañana.

Al llegar se encontró con un ostentoso suministro de bastidores por colocar. Tuvo que apurarse, entrando y saliendo de los almacenes con el material mientras, los tres alumnos que esperaban a que abriese, se limitaban a mirar y a quejarse. No le molestó pero si que le causó un poquito más de estréss.

.-Y todavía es lunes… .- Volvió a jurar.

A media mañana casi no tenían clientes y, su compañera y dueña del establecimiento le dijo de lejos algo así como: .- ¡Niña, te vi a tené que dejá un rato sola que tengo que hacé un recao!.-

Ella no respondió, entre otras cosas, porque no tuvo tiempo de reaccionar. Cuando terminó de asimilar la frase, su compañera ya se había perdido en lontananza. Se quedó unos minutos en pié, frente al mostrador. Todo estaba en orden, no había nada que colocar, nada que ordenar, nada que limpiar, porque ya estaba todo hecho. Después relajó la postura y sacó un palito de esos de pan duro que siempre lleva encima. Mordisqueó y se resignó a esperar que pasaran las horas.

.-Otro mundo existe ahí fuera.
Estoy harta de decirlo.
Como el sueldo en paga extra,
Como joyas para el mirlo,
Como el agua en tierra seca.

Otra vida me atormenta
Y la mía, no está mal.
Curro mucho y caigo muerta
Cual hojita en vendaval.

Mas yo afirmo y aseguro
Que otro mundo existe ahí fuera.
Donde el curro no es tan burro
Y no cabe el preocupar
Por llegar a fin de mes.
Donde nunca falta un duro
Y durmiendo hasta las diez.

Otro mundo existe ahí fuera
Y será…. Pa quien lo quiera.

.-Dime ¿Qué te pongo?-. Preguntó a un cliente distraído que acababa de entrar.- Una beca de estudios-. Contestó el chaval mirando las cuatro monedas que bailaban entre los dedos de su mano izquierda. Le hizo tanta gracia el comentario que se vio tentada a no cobrarle el lápiz que se quería llevar. Se lo cobró y se sentó a esperar la vocecilla.

Al ver que no pasaba nada, tomó la decisión de transcribir los poemas que la voz de bardo le prestaba para llenar sus silencios. Gracias a eso nos pudimos conocer. Ese día redactó tres de los poemas que más le gustaron de los que había oído hasta ahora. Por que esa es otra; a veces se repetían y hasta lo suficiente como para llegar a memorizarlos. Con más exactitud, los que puso sobre el papel fuero tres: “soy serpiente ente tus huecos”, “¿Cuánto queso valgo yo?” y “Cuatro duendes y muchas hadas”.

Siguió haciendo sus cositas de todos los días y cuando volvió a casa solo le dio tiempo a quitarse los zapatos y tumbarse en su sofá, bajo su mantita. Sacó la agenda y releyó el primero en voz alta.

Soy serpiente entre tus huecos,
Inspector de tus adentros.
Te pregunto, huelo, husmeo
Y te visto con mis besos.

Soy scanner de tus huesos,
Resonancia de tus nervios,
Una sonda con misterios
Que se escapan si te veo.
Soy serpiente entre tus huecos.

Las críticas que recibió fueron tan buenas, que a los tres días, su mejor amiga le abrió un espacio de esos gratuitos en Internet para colgarlos y que la gente pudiera leerlos.



Aquel día se levantó con una llamada de teléfono de su madre para recordarle que era el cumpleaños de su hermana. Por suerte no tenía compromisos serios para la mañana y podía quedarse un rato más remoloneando en la cama. Alargó la mano, cogió un block de esbozos de la mesa de noche y comenzó a escribir. Eran las 8, 35 horas de una mañana de las más frías que se recuerda entre los marzos de Granada. Llovía con ganas, respiró hondo y miró por la ventana. Le encantaba respirar lento, lento, lento. Así, concentrado, se vio en la posición de una conductora menudita que, metida en un atasco se calentaba cada vez más la cabeza al pensar que podría llegar tarde al trabajo. Montó la situación delante de sí. Es algo que solía hacer y casualmente, hacía dos semanas que no necesitaba pensar en las imágenes que quería recrear. Le salían solas.

El resto de la mañana la dedicó a ordenar la casa, limpiarla también, repasar sus correos y transcribir sus cuentitos y poemas del block al ordenador.

Fue un día casi como cualquier otro en la consulta del doctor Ortiz que, cayó muy a su pesar en la cuenta de encontrarse sin existencias de masilla para recubrir las caries de sus pacientes. Tan sólo le sobraban unos rescoldos que le habían quedado del primer paciente de las 08:00 de la mañana. Lo había guardado en fresco para que no se secase pero sabía de buena tinta que también la podría haber tirado porque guardar eso y nada era exactamente lo mismo y,… digo yo: También hace falta valor para empastarse una muela a las ocho de la mañana, casualmente, lunes.
Por otro lado, tanto sus amigos como familiares siempre han considerado al doctor un personaje serio, demasiado duro incluso. Hasta María, su hija menor, solía referirse a él como “Ortiz”, a no ser que necesitase algo de dinero, entonces le llamaba “Papá”.
Como iba apuntando, la mañana resultó complicada para muchos. Ortiz despertó sorprendiendo sin querer a su hijita de 17 años mientras se cambiaba de ropa en el lavabo y, más que ruborizarse, se enfadó cual basilisco perseguido por inspector del fisco, al descubrir sendos piercings en los pezones de su hija. Tras una bizarra discusión con las tetas al aire, María optó por quitárselos con desgana y depositarlos en la palma de la mano de su padre.- “Ahí los tienes. Cómetelos”-.
Eran de esos con forma de aro y una bolita en medio, de titanio puro. Los metió en el bolsillo de la bata y se olvidó de ellos por unas horas. En la consulta, los volvió a sacar y los depositó en el porta-clips de su secreter. En ese momento su mirada se tornó grave durante algunos segundos y negó con la cabeza.
.-“!Qué ganas tengo de que se me case de una vez por todas y dejar de preocuparme, por diossss¡”.- Pensó para sus adentros.
A las 10:00 apareció Samanta con el rostro compungido por el dolor de la muela y el futuro dolor del empaste inminente.
.-“A ver qué hago yo aquí con la chiquilla esta”-. Volvió a pensar el bueno de Ortiz. Comenzó a pulir después de matar el nervio correspondiente a la muela en cuestión. Cuando terminó, la paciente seguía bajo los efectos del gas de la risa. No le gustaban mucho los pinchazos. Entonces Ortiz, empezó a hacerse sus cálculos contando con los datos contenidos en la planilla de citas del día.
La solución resultó sencilla: Sólo le quedaban dos empastes por hacer; la masilla daba a duras penas y por sí sola para un solo diente pero si metía una bolita de titanio en cada hueco, llegaría justo para satisfacer las necesidades del día…. Y todo dios contento.
Al salir de la consulta, nada hacía pensar a la ingenua paciente que su boca había sido tuneada a espaldas de su voluntad y, más que remordimientos, por la mente de Ortiz sólo se pasó la siguiente pregunta: “¿Le pitarán en los controles del aeropuerto?”
Cuando llegó el momento de entrar en la cama, el buen doctor ya ni se acordaba de los dientes rellenos de metal ni de los pezones perforados de su hijita adolescente.

Nestor Torre, electricista de profesión, poeta de nacimiento, también salió sin saberlo con un regalo improvisado de la consulta. Le gustaba trabajar, de hecho, ocupaba su vida entera entre cables y versos. Lo peligroso de esto, es que cuando al hombre le entraba la inspiración, su concentración disminuía a unos niveles críticos. Ya podía encontrarse frente a un haz de cables pelados de alta tensión que, si lo cogía en medio de una rima no se daría ni cuenta del peligro. Y así fue. Al salir de la consulta, todavía aturdido, se dispuso a reparar una valla electrificada para el ganado de uno de sus clientes.
“Cada vez que respires
Sin que te lo esperes.
Cada vez que duermas
Sientas o pienses,
Te estaré mirando.
Cada vez que llores,
cada vez que rías,
cada vez que sueñes
cada noche, cada día,
te estaré mirando.
Te estaré mirando aunque me sigas odiando
Porque te deseo y ante mí creces
Porque me perteneces”
Ni siquiera reparó en la subida de tensión registrada en el amperímetro. Olvidó ponerse los guantes buenos, los que no tenían agujeros. La descarga lo lanzó varios metros volando de espaldas en dirección contraria a la valla. En conclusión, dos meses de baja y con los pelos de punta.
Se le ocurrió que podía deberse a los efectos del accidente; a partir de aquel día, cada vez que bajaba la guardia, en su mente surgían imágenes y sensaciones que no le pertenecían. Unos desajustes, pensó, que le serían de gran utilidad para las horas de creación que tenía por delante. De hecho, su propia vida se quedaba muchas veces sin argumento ante su fertilidad creativa.
Ambos crearon una conexión especial e inverosímil sin darse cuenta; lo pasaban bien pensando juntos y, hasta el día de hoy, al menos que yo sepa, nunca nadie ha podido decir que les oyese discutir. Más que nada porque siempre sintieron la presencia del otro y no se echaban de menos hasta que alguno de los dos salía de la ciudad. Se complementaban hasta el punto de jugar a resolver mentalmente los problemas del otro por el simple placer de sentir su alivio.
La pareja perfecta, vamos.
Mi caso es casi irrelevante en toda esta historia. Sólo soy un hilo conector, el primero en darse cuenta de que los poemas que Samanta Fuentes colgaba en su sitio web ya los había visto en algún lugar.
Nestor Torre pasó por mi casa poco tiempo después del accidente. Sentía que su vida había cambiado más allá de lo que esperaba al despertar después de la descarga y decidió marcarse de por vida tatuándose una de esas frases que siempre hemos tenido presentes a modo de axioma moral. Ya me había pasado antes; Me ha tocado tatuar cosas como “Carpe díem”, “Se vende moto” (En letras chinas, claro), “Mi vida loca”, nombres de familiares, “Amor de madre”, pero en aquella ocasión, mi (desde aquel momento) querido amigo Nestor me pidió que le dejase en la nuca un bonito “Joé shosho, qué hartura”.
Durante el proceso me comentó que era poeta y tuve el placer de escuchar algunas de sus composiciones.
Hice lo posible por ponerles en contacto, hablé con ambos y, si digo la verdad, me sorprendió gratamente que me diesen la misma respuesta:
“Ya no hace falta, gracias. Estamos bien así”
fin

2 comentarios:

Almelea dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Ithyala dijo...

esa vocecita mañanera llena de versos tambien resuena en mi cabecita, claro esta, en la mia los versos son desordenados e incoherentes, como yo misma. tienes mi respeto granaino, seguire leyendo mañana, me gusta tu forma de escribir y expresar lo escrito, me parece interesante, algo enigmatica, pero claro, esto hablando con un artista...