sábado, 27 de diciembre de 2008

Nadia

Entre los múltiples tipos de llanto que podemos escuchar en la tranquilidad del bosque de Bandama, encontramos un silbido casi imperceptible para el oído de los mortales. Por eso, dejaré claro que quien padece lastimosamente en este momento de la historia, es un pequeño ser, ente, una presencia que siempre ha estado ahí. Posiblemente, no el mismo individuo pero, lo que es seguro, es que hadas, trasgos y duendes siempre moraron el pinar que hoy conocemos como el parque natural de Bandama. Civilizaciones que conviven con su entorno sin causarle daño alguno; entre las raíces de los árboles, en el subsuelo, en las copas, algunos entre las plumas que dejan las abubillas al abandonar el nido, a gran altura, siempre ocultas a los ojos de aquellos que puedan significar un peligro.
Seguimos la senda que nos deja abierta el llanto en su viaje al encuentro de nuestros oídos y, si permanecemos en silencio y guardando máxima cautela, podremos distinguir una tímida espaldita coronada por un matujillo de pelo lacio del que escapan dos orejas en punta que se encorva sobre sí misma entre lastimosos pucheros mientras deja brillar a merced del viento, un par de alitas casi transparentes. El conjunto no mide más de seis centímetros de altura. Se llama Nadia y llora porque la han dejado sola.
Es la última hada del Drago que queda en la isla y merodea desde hace tiempo por las montañas con la esperanza de encontrar algún familiar. Ya casi no quedan dragos como los de antes y el resto de los suyos, o han salido en busca de nuevos ejemplares para nunca volver, o se han desvanecido de pena al ver que el árbol que había acogido durante varias generaciones a toda su familia, era arrancado por diversas injusticias del destino.
¿Quién sabe cuánto tiempo lleva Nadia llorando sobre esa roca? ¿Cuánta pena le queda por sufrir para disolverse en el aire como sus ausentes?
Parece que alguien más ha oído el llano de nuestra particular “Campanilla” y su silbido, que viene de más allá del horizonte, hace que Nadia se reincorpore y salga volando disparada a su encuentro.
No podemos verla pero les aseguro que las alas delgaduchas y frágiles que casi no se cogían a su espalda, hacen que ahora se mueva por el aire a tanta velocidad que si milagrosamente llegamos a intuirla, solo podríamos compararla con un rayo de luz azul.
Con la cara afilada por la velocidad, se pregunta si por fin habrá encontrado alguien de su especie con ganas de vivir. Deja que el viento enjugue la última lágrima.
Al otro lado del barranco, un fuego fatuo escapado desde hace siglos de algún conjuro de una bruja de Telde, escucha el llanto de Nadia. No tiene ningún tipo de noción del tiempo y se ha convertido en un eterno bromista; una lucecilla burlona que acaba de encontrar otra víctima con la que entretenerse un rato: escucha el llanto de Nadia, lo reproduce y, simplemente, se esconde a ver qué pasa.
Nadia llega al claro de donde partió el reclamo. Mantiene durante unos instantes su sonrisa de “!Ey¡ Vengo en son de paz”. Pasa un rato y cae en la cuenta de encontrarse nuevamente sola aunque, en esta ocasión, puede sentir la presencia de Coco, el fuego fatuo. Él la mira con tono apagado, ya ha gastado su broma y ahora no sabe qué hacer. Nadia aguza los sentidos y ve como pequeñas llamas violetas envuelven las hojas más altas de uno de los arbustos delante de sí. Se dirige con decisión y cautela hacia Coco y él, reacciona copiando las formas del hada de los dragos y se presenta como su semejante. .-“Buenos días, guapa”.
Nadia se queda inmóvil. Sabe por experiencia que no sólo le bastará encontrar a uno de los suyos para aliviar su soledad, quedan muy pocos y los que encuentra, por regla general están sumidos en profundas depresiones porque se les ha cortado la conexión con su hogar, su conexión con la tierra. Por eso a Nadia le extraña que el recién conocido además, le reciba con un “Buenos días guapa”.
Coco espera la reacción con la intención de entretenerse durante un rato. .-“A ver si se lo traga”. Piensa para sí, y la mira con ojos expectantes.
¿Has visto a los otros?.- Pregunta Nadia tras las presentaciones de rigor. Conoce la respuesta antes de plantearse la pregunta para sus adentros pero, aún así, pregunta.
Coco, por su parte, sólo improvisa, juega con la intención de explorar hasta dónde puede llegar; le gusta mucho su nueva forma, ese cuerpo estilizado, bello, frágil. Está harto de ser una luz difusa en el horizonte y la situación se presenta como una ocasión ideal para probar nuevas experiencias. A fin de cuentas, tampoco tiene mucho sentido hacer que alguien se pierda en una isla tan pequeña.
“Ni idea… digo yo que por ahí andarán”
La naturalidad con la que se pronuncia acerca de tan espinoso tema, hace que Nadia le regale una sonrisa ancha de esperanza. Sus ojos brillan de alegría y no sabe si abrazarlo o cogerle la mano para seguir buscando.
No tardan en ponerse a buscar. Una búsqueda que se prolonga durante días, semanas, ve tú a saber si años incluso…. El tiempo de las hadas es tan relativo….
Aún así, no llegan a encontrar nada. Si, bueno, dragos sí que quedan pero, ¿Hadas? Ni la sombra.
Llega el momento en que el fuego fatuo burlón se olvida de su auténtica esencia. Cuando piensa en el pasado, se niega a remontar su memoria hasta los días anteriores a la presencia de Nadia. En las raras ocasiones que le da por dormir, acurrucado entre los senos de su nueva compañera, a veces deja escapar de súbito alguna llama azul y ella, lo justifica pensando que se debe a que aún no controla las cualidades que le han sido asignadas por el destino a su especie.
En estos días, Coco ya no juega a engañar. Se sientan juntos sobre la roca más alta de Gran Canaria, en Artenara, mientras el sol sale y se esconde oyéndolos reír mientras juegan al juego del amor de las hadas que, como todos sabemos, es mucho más profundo y mágico que el de nosotros, simples mortales. Entonces, una de esas tardes, ambos comprenden porque están en el mundo a pesar de ser cada uno único en su especie. No sabemos quién lo ha dicho de los dos pero aún resuena en sus oídos, en el aire y en la profundidad de las cuevas de la montaña:
“Ya no quiero creer en la vida si no la vivo cogiéndote la mano”
Y es que sea en el mundo que sea, la felicidad no se busca, sólo se encuentra. Eso si, es una pena que siempre nos coja desprevenidos pero…. ¡Qué bien sienta¡
Fin

2 comentarios:

Raye dijo...

ooooo es preciosa esta historia!!!! más que una historia,quizás es como una moraleja no? me encanta la forma tan tierna de escribir cuando te refieres a la hadita Nadia, estoy deseando ver las ilustraciones de este cuento, pues las hadas es algo que m gusta mucho.
Siento ir tan lento leyendo tus cuentos, no tengo mucho tiempo de conectarme, y cada día me leo uno.
Te animo a que sigas escribiendo!!! :D

Coquin Artero dijo...

uep¡ No sabía que te los leías de esa manera. Si te soy sincero, para mí es todo un honor. Sobretodo viniendo de una peaso de artista.
Nos vemos y gracias otra vez por tus comentarios